domingo, 3 de julio de 2011

Crónica del Congo: Capítulo 1

Por poco nos matan.

Con mucha dificultad logré hacer el equipaje, ya que tenía muchos medicamentos y gafas que no quería dejar aquí, dado el gran beneficio que podían aportar en el Congo. Nos fuimos, José Antonio y yo, en el avión de las Líneas Aéreas Turcas, ya que era más barato, aunque, para sorpresa nuestra, te tratan mejor que en las líneas europeas.

Al entrar en el avión de enlace que iba a Nairobi, oí gritos en inglés. Me resultó extraño. Era un muchacho de unos 20 años que estaba al final del avión y que movía los brazos de arriba a abajo. Pensé que sería un predicador*, pero al acercarme más entendí lo que decía: “Mirad mis manos, me llevan esposado. No he cometido ningún delito, pero no quiero volver a mi país, no quiero volver a Somalia. Lo único que tengo es mi vida y me van a matar” -gritaba y lloraba, desesperado, rodeado por cuatro policías. Yo no sabía cómo reaccionar y, de hecho, me quedé mirando con la boca abierta como un pazguato. Los demás viajeros se iban sentando cómodamente en sus asientos sin mover un ceja. Entró una monja que hizo lo mismo y yo me senté también, como si nada. Parecía que el muchacho era el hombre invisible e inaudible, pues nadie pareció darse cuenta de que existía. El que más reaccionó de todos fui yo, y lo único que hice fue quedarme con la boca abierta. Al ocupar mi asiento, ensimismado, iba pensando: “éste debe de ser el nuestro tan famoso prójimo al que debemos amar y proteger”. Qué podía hacer yo aparte de sentirme miserable por pertenecer al género humano. Entonces caí en la cuenta de que llevaba 50 euros en el bolsillo. Pensé: “quizás si le hubiera dado el dinero, habría servido para que en su país sobornara a alguien y pudiera salvar su vida”. Los 50 euros me estaban quemando en el pantalón, así es que me levanté y me fui a buscar al muchacho, una vez que habíamos despegado, para dárselos, pero no lo encontré. Ya no estaba en el avión. Se ve que lo habían sacado antes de despegar, para llevarlo al avión que iría a Somalia. Los 50 euros me siguen quemando cuatro meses después de que esto ocurriera, pero ahora es todavía peor porque ya no tengo posibilidad de dárselos.


Llegamos a Nairobi, donde tuvimos que esperar algunos días para obtener el visado en la embajada del Congo. Nos alojamos en la residencia de estudiantes (YMCA). Era lo más barato y estaba bastante bien.

Le expliqué a José Antonio (productor y realizador de documentales de Alcazaba Documental) que aprendí inglés en Nairobi. Hay algunas academias y el precio oscila entre 60 y 100 euros el trimestre. Es más barato que irse a Londres o Estados Unidos; y también más exótico.


Una vez resuelto el papeleo teníamos que coger un autobús de Nairobi (Kenia) a Kampala (Uganda). Cuando íbamos a comprar los billetes que teníamos concertados, vimos que habían quedado plazas libres en el primer autobús que iba a salir y decidimos tomarlo, con lo que llegaríamos antes.


Al día siguiente, en Kampala, leímos en el periódico que el autobús que decidimos no coger había sido atacado por Al Qaeda con granadas, y que los terroristas intentaron volarlo disparando al depósito.


No lo lograron, pero aun así hubo 6 muertos y 20 heridos graves. Nos habíamos salvado por los pelos. José Antonio pensaba que nos habían oído hablar de que cogeríamos ese autobús y que iban a por nosotros, por ser europeos, para hacerse publicidad. Yo verdaderamente no lo creo, pues no creo que seamos tan importantes. José Antonio argumenta a favor de su versión que a son de qué iban a matar personas de Kenia y Uganda, pues nadie VIP iba en el autobús en ese momento. Bueno, fuera como fuese, el caso es que seguimos vivos, seguramente, mi Ángel de La Guarda, en el que no creo, está bien entrenado.


Yo pensaba que el atentado saldría en las noticias en España, y por ello envié un SMS para decir que no se preocuparan por la consulta, que el autobús no era el nuestro, y que seguíamos vivos. Pero, por lo visto, lo único que logré fue preocuparles, pues en los informativos españoles no se hizo el más mínimo comentario.


*Predicador: En África existen mucho predicadores e iluminados de distintas religiones que predican a gritos en calles, plazas pública e incluso dentro de los autobuses, la mayoría suelen llevar una biblia en la mano derecha o izquierda según que sean diestros o siniestros y mientras predican, abren los brazos y los agitan como aspas de molino, que confundirían al mismo D. Quijote. Imagino a Sancho gritándole, ¡que nó,  mi señor, que no son gigantes!, ¡no los embista, ni acometa, que son predicadores!, ¡¿es que no ve las biblias al final de los brazos?!

Crónica del Congo: Capítulo 2

Por poco me mato.

En Kampala compramos el billete de autobús hacia la frontera con la República Democrática del Congo. En el camino estuve a punto de morir por segunda vez, pero esta vez fue culpa mía. Los coches en Uganda van al estilo inglés, es decir, al contrario que aquí. Crucé una carretera mirando hacia la dirección equivocada, y un autobús tuvo que desviar su trayectoria cuando iba a más de 100 kilómetros por hora. Me pasó rozando (Ángel de La Guarda mosqueado).

En el Congo sabían que íbamos a llegar; pero no habíamos dicho ni por dónde, ni cuándo por una cuestión de seguridad porque, aunque no teníamos demasiado dinero comparado con lo que las personas tienen en el Congo, era una fortuna y no quería dar datos que ayudaran a que se organizarsen asaltantes en el camino. Así es que llegamos a Butembo, Región del Norte de Kivú, sin problema alguno.

Saludé a Buthelezi, (secretario ejecutivo de la organización para la protección y la defensa de los poblados pigmeos) ocho veces al menos: apretones de manos, abrazos, besos,... Nos volvíamos a saludar una y otra vez, volvíamos a empezar, y es que José Antonio estaba grabando y nunca quedaba contento con la escena. Algunos días después partimos hacia Kalibo.

Cualquiera pensaría que, a juzgar por el estado de la carretera, tendríamos que ir en un todo terreno, pero nada de eso, llegamos en un coche normal. Todavía no tenemos explicación de cómo el conductor logró llegar. Durante el camino hice a José Antonio probar los saltamontes fritos, y le gustaron mucho; de tapa con una cerveza, la verdad, ¡están estupendos!

Una vez allí regalamos un balón de fútbol al equipo local; así sustituyeron la bola de plásticos y cuerdas alrededor que tenían por un verdadero balón de reglamento. El hecho de que España fuera campeona del mundo daba prestigio a nuestro balón y hacía que fuese más codiciado. El equipo local de fútbol quedó muy agradecido y nos trajeron por la noche, como regalo, una docena de huevos, más o menos un huevo por cada jugador, con lo que esa noche comimos tortilla.

Llegamos a Kalibo, donde ya había estado en 2006 y, de hecho, formé a un enfermero llamado Muhindo, ahora conocido como "el especialista", quien, sin duda, ha hecho más extracciones dentales que yo en toda mi vida. Este "especialista" se encontraba a 250 kms. de distancia atendiendo a otra población, con lo que era necesario formar a otra persona y dejarle el material dental para rellenar el hueco. Así es que me propusieron un enfermero, al cual entrené lo mejor que pude, si bien que finalmente tuve que suspenderlo ya que era incapaz de aprender, lo cual en cierta manera era lógico.

El enfermero en cuestión tenía 63 años, es decir, un abuelo, y a esa edad es difícil aprender un "menester" nuevo. Y,. por otra parte, él estaba empeñado en trabajar sin gafas. Yo le preguntaba que cómo era posible que él sin gafas viera mejor que yo con ellas, siendo yo 10 años más joven.

El caso es que después de haber realizado más de 300 extracciones (piense el lector que un estudiante de odontología a lo largo de toda la carrera no hace más de 20 ó 30) seguía sin saber qué instrumento debía utilizar en cada caso; incluso el secretario, que tomaba nota de todo lo que hacíamos, le chivaba de vez en cuando el instrumento que tenía que utilizar.

Me recordaba el chiste del búho. Lo cuento para los que no estén al corriente:
Un amigo le dice a otro que se va a Sudamérica que al volver le traiga un loro. El amigo se olvida del asunto y cuando está de vuelta en España se da cuenta de que ha olvidado el loro. Piensa entonces: “bueno, mi amigo es muy inculto y de animales no sabe nada”; así es que decide ir a una tienda de animales a ver lo que encuentra, y, no viendo nada mejor, le compra un búho.

Al mes lo vuelve a ver y le pregunta:
- ¿Qué?, ¿aprende a hablar el loro?
A lo que el amigo le responde:
- Aprender, lo que se dice aprender, no aprende, pero atención pone porque me mira con los ojos muy abiertos.

Pues eso, que el enfermero me miraba con los ojos muy abiertos.

Decidí informar a Butelezi en cuanto llegara de nuevo a Butembo y así lo hice de tal forma que el material dental quedó embargado, hasta que Muhindo (el especialista) volviera y preparara a otro enfermero más capacitado. Hubo personas que hicieron hasta 30 ó 40 kms. por la noche para ser tratados por la mañana (a quien le ha dolido una muela lo comprenderá bien).

Un señor que llegó con, a mi juicio, una infección enorme por papovavirus, el virus que produce las verrugas, pidió nuestra asistencia. Le pregunté qué le pasaba y me contestó que qué le iba a pasar, ¡que le dolían las muelas!, y no dio más importancia a su estado verrugoso (“no era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano”). La resignación de las personas en el Congo es grande.

“El amanecer sorprendió a Sahrazad, que calló para no abusar de la licencia que había conseguido”.

Crónica del Congo: Capítulo 3

Un parto inesperado.

Katsongeri era el director del dispensario, que nadie sabe cómo podía mantenerse sin dinero, pero garantizo que así era, una de las cosas que hacían las personas que trabajaban graciosamente en el dispensario, era cultivar y criar animales, para poder sobrevivir, con el poco dinero que algunas personas daban por sus tratamientos. El dispensario no está subvencionado por el Estado, ni por ninguna otra organización, estoy hablando, a propósito, de Kalibo.

Pues bien, Katsongeri vino una noche cuando ya estábamos todos relajados y nos habíamos bebido nuestra respectiva cerveza y comido la cena, un poco de pollo con arroz, y me dice que había una señora de parto y que el niño no salía, como yo era el único médico en la zona, a pesar de no ser ginecólogo salí corriendo con la intención de hacer lo que pudiera.

La asignatura de obstetricia, la había estudiado hacía más de 25 años, no obstante conocimientos que yo pensaba que estaban olvidados hace tiempo, comenzaron a venir a mi mente a una velocidad sorprendente.

Coloqué a la señora más a la vertical, en lugar de tumbada, porque pensé que la fuerza de gravedad podría ayudarle, colocando un objeto, debajo de la tabla en la que estaba tumbada, estaba cansada y naturalmente no teníamos oxitocina ni cualquier otra cosa que pudiera ayudarnos, así es que Katsongueri empezó a empujar en el vientre de la señora manualmente, mientras que yo metía las manos en la vulva y vagina, naturalmente con guantes (los que me había llevado para trabajar en la boca) y comencé a empujar las paredes para ayudar en la dilatación, tomé la cabeza del bebé para desencajarlo, y me di cuenta que venía con dos vueltas de cordón umbilical alrededor del cuello.

Mi corazón, que iba al trote, empezó a galopar, procuré mantenerme frío empujé el bebe hacia dentro para que el cordón umbilical no estrangulara su cuello y mientras yo empujaba, Katsongueri introdujo su dedo corazón entre el cordón umbilical y el cuello del niño, yo empujé aún más el bebé hacia adentro para que cediera el cordón, Katsongueri lo pasó por la cabeza y el niño quedó liberado, (desde entonces le he llamado a este gesto “maniobra de Katsongueri”). Según salió lo bajé por debajo de la tabla en la que estaba instalada la parturienta, para que pasara más sangre desde la placenta al bebé, según recordaba que nos habían aconsejado en la asignatura de obstetricia, cuando estaba en cuarto de Medicina en la Universidad de Granada.

Una chica nos iba alumbrando con una linterna de bolsillo, que yo me había traído, para mirar en la boca, como cabe suponer, no teníamos electricidad. Iba dirigiendo la linterna hacia el niño y la vulva de la señora, a continuación cortamos el cordón umbilical y lo colocamos en una mesa, encima de un paño, después de lavarlo y aspirar las secreciones de faringe, con una pera de las que se utilizan para lavar los oídos, única aspiración de la que disponíamos y lo único que teníamos para tal menester.

Una vez que el niño estaba llorando (se comprende, había nacido en el Congo) y sabíamos que en buen estado, continuamos con el “alumbramiento de la parturienta”, en medicina se le llama alumbramiento a la expulsión de la placenta, como veis todavía me acuerdo, lo cual ocurrió sin mayor problema. Probablemente salvé la vida del niño y puede que también la de la madre, tan sólo por esto merece la pena haber estado en el Congo. Al día siguiente lo dijerón por la radio y naturalmente, hablaron de un dentista español que le tocó meterse en partos, con lo que dejé el bastión español bastante alto, pero que conste que me revienta el patriotismo.

A continuación fui a presentarles el niño a José Antonio y a los demás que estaban en la otra cabaña, me sentía muy contento y a la vez emocionado por la situación , ya que es la primera vez que atiendo un parto, aunque siempre he visto nacer a mis hijos y alguna idea práctica tenía. Fue gratificante para mi vanidad el saber que la madre había decidido ponerle al niño de nombre Martínez, que es mi apellido, y es como me conocen en esta zona del Congo, ya que Isaías, no aciertan a pronunciarlo correctamente.

Katsongueri me explicó el grave problema, que tenían, cuando había partos distócicos, porque, como ambulancia, para llegar a un hospital con más medios, solo tenían la moto, pero como no tienen dinero, nunca hay gasolina, así es que también tienen una bicicleta con un asiento trasero en el que se instala la parturienta. Katsongueri se monta delante y sale pitando con toda la fuerza que dan sus piernas a los pedales, mientras la parturienta va abrazada a él, y chillando por las contracciones uterinas y por los saltos de la bicicleta, en los difíciles caminos del Congo y con suerte el niño sobrevive, después de esta experiencia seguramente sobrevivirá a muchas otras situaciones.

Tanto Katsonguerí como las mujeres del Congo pasaron a formar parte en mi Olimpo personal, ahí tengo mis héroes, considero titanes a los hombres y mujeres que luchan por sobrevivir en África.

También tenían un grupo electrógeno que no podían usar por la misma razón que la moto, no había dinero para gasolina, pero durante el tiempo que nosotros estuvimos pagamos la gasolina de la moto y del grupo electrógeno, desgraciadamente el día de la parturienta la gasolina se había acabado.

Sé la hora por el sol
y su hay lluvia por el viento
vivo en la sierra contento
sin naide a mi alredeor
sólo con mi pensamiento
(letra de una canción de Cante Jondo)

Crónica del Congo: Capítulo 4

“De cómo una cabra nos alegró la vida”.

El diagnóstico de las distintas enfermedades se hacía a ojo, no a “ojo clínico” como puede haber supuesto el lector, sino a “ojo de buen cubero” ya que no tienen un laboratorio de análisis clínicos y microbiológicos.

Yo sabía montar un laboratorio (había estudiado Medicina Tropical en Amberes, un año antes de comenzar odontología en Bruselas), pero para ello necesitaba un mes y dinero, por el dinero no habría que preocuparse, pues José Antonio lo grababa todo con una cámara profesional y pensaba hacer un reportaje sobre mi trabajo en el Congo, tal que cuando se emitiera la gente se solidarizaría con nuestra causa y conseguiríamos el dinero para el laboratorio, así es que todos colaborábamos con él en la grabación, saliendo y entrando múltiples veces hasta que estaba contento con lo que había grabado, lo cual no era nada fácil, pues era muy exigente.

Así es que les prometimos montarles un laboratorio en un “quítame de allá esas pajas”.

Pero mucho, pero que mucho “ojo clínico” hay que tener para diagnosticar una hipertensión, así es que yo me había llevado un esfingomanómetro.

En la Facultad me habían dicho que la hipertensión arterial era una enfermedad de las sociedades modernas y desarrolladas, una consecuencia del estrés que se vive en la sociedad occidental actual, hasta que llegué al Congo y comprobé que la hipertensión también se da mucho, naturalmente si se hace un estudio estadístico en personas de más de 65 años que padecen hipertensión vamos a encontrar muchísimos más aquí que en el Congo, la razón es que aquellos que tienen hipertensión en el Congo , al no tomar la medicación, han tenido complicaciones y gran mayoría de ellos han muerto.

Me resultaba extraño, que el nivel de estrés aquí en España sea mayor que en el Congo, pues si aquí te estresas por llegar al final de mes allí se estresan por llegar al final del día. También estresa lo suyo ver como tus hijos se mueren por desnutrición o enfermedades acompañantes.

Llevaba bastantes medicamentos y los fui dando a las personas que diagnosticaba con hipertensión, casi al final decidí medir la tensión arterial de Katsongeri y resultó que era hipertenso y no lo sabía, así es que le di la última caja que me quedaba; la anécdota es que después llegó una señora hipertensa, pero ya no tenía ninguna medicación, entonces Katsongeri le dio la mitad de la única caja que había, que era la que yo le había dado para él, lo cual me emocionó.

Una vez que acabamos nuestro trabajo en Kalibo nos despedimos de todos.

En el poblado pigmeo hicieron una fiesta con bailes y cánticos y... sorpresa Katsongueri nos regalo una cabra (es un regalo muy bueno, ya que desprenderse de una cabra les supone un gran sacrificio), yo le regalé mi chaquetón, además dejé en el dispensario material dental por valor de unos 3.000 euros. Colocamos la cabra en el maletero del coche lo más cómodamente que pudimos, un lujo si la comparamos con los humanos que van viajando en lo alto de los camiones o furgonetas.

Cuando llegamos a Butembo, viendo que íbamos a tener grandes dificultades con la cabra para sacarle el pasaporte y traerla a España, la cabra no colaboraba; decidimos comérnosla, y es de esta manera que celebramos el fin del año 2010, el 3 o el 4 del 2011. Hicimos una fiesta en la que invitamos a los miembros de Preppyg, nosotros pusimos la cabra y las cervezas y ellos pusieron la cocina y el trabajo. Preppyg es una organización para la protección y rehabilitación de pigmeos que nosotros hemos legalizado en España y todo el que quiera puede hacerse miembro poniéndose en contacto con José Antonio.

Una vez cumplida esta misión en Kalibo, sin éxito, ya que mi enfermero no aprendió, Buthelezi decidió poner en marcha la segunda misión, que consistía en instalar un servicio de odontología de urgencia en Kambau, una población extensa en la que no existía ningún servicio de esta clase.

La zona a la que teníamos que ir era un un tanto peligrosa ya que se encuentra en plena jungla congoleña y los rebeldes mai-mai están en esa zona (grupo guerrillero que lucha contra el gobierno, pero que a la vez para subsistir, están pluriempleados como asaltantes de caminos).
Nota: el gobierno era el grupo guerrillero que luchaba contra el gobierno, cuando fui la primera vez en 1996.

Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos.
Que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos
(Canción popular de la Edad Media)

Crónica del Congo: Capítulo 5

A buena hambre no hay “mono” duro.

La carretera para llegar estaba intransitable, así es que decidimos ir en moto, me fabriqué unas poláinas de circunstancia con cinta de embalar. Preppig dispone de dos motos una ellas la compré yo en el año 2008 con dinero que me habían dado Fátima Sánchez Aguilera y Sandra Navarro Montes. Buthelezi no pudo acompañarnos a ninguna misión ya que se había fracturado una pierna con dicha moto y la tenía escayolada. Así es que vinieron con nosotros Vianney (ingeniero agrónomo) y Elvis (veterinario).

En la carretera, si cabe describirla con este nombre, ya que realmente era un barrizal, nos encontramos con un camión varado, en el que cuatro hombres llevaban durmiendo un mes en el camión, viviendo allí como podían pues no se atrevían a dejar el camión sin vigilancia por miedo al robo. Nos dijeron que llevaban una carga a Butembo y que al llegar les pagarían 10 dólares es decir que sin quitar gastos tocarían a 2 dólares y medio cada uno, al irnos les regalé los 10 dólares, casi nos hacen una fiesta de lo contentos que se pusieron.

Se nos hizo de noche en el camino y decidimos montar las tiendas en un pueblo, al lado de unas casetas militares por parecernos más seguro, después nos fuimos a comer a una taberna del pueblo. Previamente nos echamos los repelentes de mosquitos, para evitar las picaduras.

En la taberna lo único que había era mono con arroz que a mi me pareció muy bueno aunque un poco fibroso, José Antonio se quejaba de que olia a mono, ¡claro! -le dije- es que es mono, no querrás que huela a choto, y además decía, que estaba un poco duro; es normal, le dije: es que son monos camperos y no de corral, con lo que se quedó más tranquilo.

Al día siguiente llegamos al poblado pigmeo de Teule donde me hicieron una fiesta al llegar, con cánticos y danzas.

Comencé a trabajar de inmediato, repartí una partida de gafas, mis pacientes de Granada, me habían regalado un gran cantidad de gafas para la presbicia (vista cansada), hasta tal punto, que me fui, con una mochila repleta, hice tres partidas, la primera la había regalado ya en Kalibo, la segunda era para Teule y la tercera sería para Kambau, las gafas desaparerieron en la primera hora de consulta; pues en estas zonas es un objeto precioso, ya que no se pueden comprar en parte alguna, y en cualquiera de los casos, aunque se pudiera tampoco tienen dinero para comprarlas.

No tuve que dejar ningún equipo dental en Teule, ya que había dejado uno en el 2008 y el enfermero del lugar todavía lo estaba utilizando, por lo que solo tuve que supervisar el trabajo. Les regalé a los niños pigmeos otro balón de reglamento.

Ese mismo día nos fuimos a Kambau. Conducir con las motos por la jungla tiene bastante dificultad, llegamos ya atardeciendo y nos vimos con las autoridades del lugar y con el médico.

No sabemos cómo se las arreglan, pues el hospital tampoco recibe dinero de ninguna organización ni del gobierno, el enfermero que tuve que enseñar en esta ocasión era magnifico y aprendía rápidamente su nombre es Mbusa, tenía cierta experiencia en cirugía y nunca había que repetirle nada dos veces, a la primera lo entendía todo. Yo llevaba otro equipo más que pude dejar.

Cuando estaba con él haciendo extracciones dentales, hicimos más de 400, vino el médico, el único que había, diciéndome que había que hacer una cesárea de urgencia, así es que rápidamente me preparé, mi experiencia en cesáreas era cero, pero estaba dispuesto a aprender, pues nunca se sabe cuando te puede hacer falta.

Me puse la ropa de quirófano, estéril como es natural, pero me sorprendió que el calzado, fueran unas botas de las que se usan para regar, solo que de color blanco, me las puse, claro.

Entramos y la señora estaba ya preparada, en la cama de cirugía y atada para que no nos incordiara, le pusimos la anestesia, una enfermera iba tomándole tensión cada 4 o 5 minutos y para comprobar que respiraba, como no teníamos monitor que por otra parte de nada serviría, ya que no había electricidad, utilizábamos esparadrapo pegado en la nariz con unos algodones a la salida de las narinas (agujeros de la nariz), y estos algodones se movían con la respiración, de esta manera veíamos si respiraba o no, si dejaban de moverse los algodones, es que había dejado de respirar y en este caso tendríamos que comenzar a hacerle la respiración artificial.

El niño al nacer no lloraba, ni respiraba por lo que hubo que hacerle reanimación cardiorespiratoria y el boca a boca con lo que logramos salvarlo.

La segunda vez que me llamaron a otra cesárea era una señora, de treinta y pocos años, con un edema a nivel del cuello uterino que impedía la dilatación normal, era la décima vez que daba a luz y había pedido que se le cortaran las trompas, pues no quería volverse a quedar embarazada, con diez hijos ya tenía bastante. Al nacer, cuando el niño vió lo que vió, comenzó a llorar compungido. Viendo nosotros que estaba sano y muy despabilado, continuamos con la madre.

El hilo de sutura que utilizamos para la piel era hilo de pescar esterilizado. El niño salió bien y muy despabilado, no hubo problemas y yo me dedique a grabar, porque una imagen, como es conocido, vale mas que mil palabras. No tenían una aspiración quirúrgica, entonces comprendí el porqué de las botas de regar, todo caía al suelo y era la mejor forma de no mancharse. Yo estaba contento porque además de enseñar, también estaba aprendiendo.

“¡Las rectas paralelas
en el infinito han de encontrarse!”
Así Euclides, repetidamente,
apasionadamente, lo exigía.
Hasta que murió,
y arribó a tal vecindario,
y en él descubrió...
¡Que las muy condenadas divergían!
Piet Hein, Grooks VI

Crónica del Congo: Capítulo 6

“La muerte tenía un precio”.

Al atardecer decidí llamar por teléfono a España. Como estábamos en un pueblo en mitad de la jungla, no teníamos cobertura, así es que Vianney se vino conmigo en la moto a una zona montañosa donde los lugareños iban a telefonear, aunque distaba unos 15 km.

Cuando estaba hablando por teléfono, aparecieron dos militares, fusiles en mano. Uno de ellos, apuntándome, me quitó el teléfono. Me di cuenta, por el trato y la manera de hablar, que estaban borrachos. No paraban de decir tonterías y me acusaban de estar hablando en inglés y ser un espía americano, así que el que llevaba la voz cantante, que decía que era teniente, me dijo que me iba a pegar un tiro allí mismo por ser blanco y espía americano que iba a robar oro y diamantes al Congo.

Yo sabía que España vende munición en África así es que pensé: “sería paradójico que me mataran en el Congo con una bala española, a todas todas si me han de matar prefiero una bala española a una foránea, donde se ponga lo nuestro... y desde un punto de vista patriótico todo quedaría en casa y además colaboro al desarrollo armamentístico de España”.

Como sólo habíamos salido a llamar por teléfono, no llevaba papeles de ninguna clase y tampoco dinero. Me registraron y no encontraron nada, creo que si llegan a encontrar dinero nos huebiran robado y matado para no dejar testigos. Vianney pensaba que eran rebeldes mai-mai por lo que se puso muy nervioso, yo soy más estoico y ya había aceptado mi destino además me había hecho un seguro de vida antes de salir con lo que la consulta de Granada la dejaba bastante rica. Nos quitaron el teléfono. A Vianney por suerte, tampoco le encontraron dinero.

Vianney, la verdad, es que salvó mi vida y la suya, llegó incluso a suplicarles de rodillas que no nos mataran, y les prometió 5 dólares si venían con nosotros al pueblo donde estábamos trabajando. Aunque querían llevarnos en dirección contraria a donde teníamos que ir, con tal de conseguir el dinero, accedieron. Yo no supliqué lo más mínimo, no porque no fuera capaz de hacerlo, pues puedo ser tan cobarde como el que más, sino porque no pensé que tuviera la más mínima utilidad.

Íbamos delante en la moto y ellos detrás vigilándonos. Vianney me dijo en el camino, que habían mordido el anzuelo y que cuando llegáramos al pueblo se les iba a caer el pelo.

Al llegar, los militares no cesaban de apuntarme, era su presa. Vianney se dirigió directamente a la casa del Alcalde y les dio los 5 dolares. El alcalde que era una persona muy amable, les dijo a los militares que estaban equivocados, que yo era un doctor, y que en el pueblo estaban todos muy agradecidos conmigo, ya que había tratado a todo el mundo gratis, pero ellos no cesaban de pedirme los papeles. Vianney salió corriendo con la moto hacia el hospital a recoger mis papeles.

Cuando José Antonio vio a Vianney tan nervioso y sin mí, también se puso nervioso, preguntó que pasaba, Vianney le dijo que nada, para que no se preocupara, y José Antonio se preocupó más.

Mientras tanto, yo permanecía con los dos militares. El alcalde y otras autoridades comenzaron a llegar, el alcalde dijo que iba a avisar al comandante de los militares, pues resultó que no eran mai-mai sino soldados, empezaron a ponerse nerviosos y dijeron de irse. Cuando salieron le dije al alcalde que se llevaban mi teléfono y el de Vianney, así es que salió y recuperó los teléfonos, pero se llevaron la cartera de Vianney con todos sus documentos y los cinco dólares.

Cuando llegue al hospital José Antonio estaba negro y tanto era así que se había mimetizado con el entorno y a primera vista, no logré distinguirlo de los demas, que como es sabido, son todos negros.

Al poco, vino el alcalde a decirme que no me preocupara, que había avisado al comandante y una patrulla de soldados había salido en persecución de los dos militares, pensé que en la jungla y de noche no podrían encontrarlos, quince minutos después vino un militar con la cartera de Vianney (sólo faltaban los 5 dólares), ya los habían atrapado. El alcalde me dijo que ya los tenían en el calabozo.

Al día siguiente cuando estaba en mi trabajo vino el comandante a decirme que serían expulsados del ejército y que irían a la cárcel (lo cual me parecía una medida muy acertada). Me dijo que le acompañara y me llevaron a la casa del enfermero.

En la puerta estaban los dos soldados que me habían apresado, sin uniforme y sin botas, rodeados de bastantes soldados que los estaban vigilando y que allí mismo quemaron el uniforme y las botas de los dos, el alcalde dijo que antes de llevarlos a la cárcel había que disciplinarlos y allí mismo delante de nosotros los disciplinaron -el lector sabrá perdonar que no entre en detalles, ya que prometí no contar nada al respecto y soy hombre de palabra-, y sinceramente, creo que a partir de ahora tendrán alergia a los blancos. No deseo para nadie una resaca como esa, después de una borrachera.

Y ya iban tres veces que estuve en peligro en este viaje, no cumpliéndose lo de que a la tercera va la vencida (ángel de la guarda dimitiendo, demasiado estrés).

El mulo que me lleva
es del amo
y se viene conmigo
cuando lo llamo
porque juntos suamos
cargando el trigo,
y por la noche
al dar de mano
duerme el mulo en la cuadra
y yo en el grano.
Letra de una canción de cante jondo, la canta el Cabrero.

Crónica del Congo: Capítulo 7

“Alea jacta est”

En Kambau, por las noches al acabar el trabajo, cenábamos y teníamos una tertulia en la puerta de la casa del enfermero, al lado del hospital.

Con Mbusa (el enfermero) vivía Aline, una niña de unos siete años, que ayudaba en las tareas domésticas y en la cocina. Como Mbusa no estaba casado y de ninguna manera podía ser madre soltera (muy frecuente en África). Nos interesamos por esta chica y resultó ser una sobrina suya que había acogido, ya que su madre había desaparecido y el padre, su hermano, había sido asesinado en la carretera por asaltantes de caminos para robarle, así es que él había tenido que hacerse cargo de su sobrina, lo cual le suponía un esfuerzo enorme, pues tenía que pagar la escuela y como ya he dicho otras veces el sueldo es escaso y a veces ninguno.

El gasto de la chica era de aproximadamente unos 100 euros al año, que yo hubiese querido darle, pero a estas alturas el dinero que me quedaba era escaso, así es que prometí que en cuanto llegara a España se lo enviaría en una transferencia, promesa que como puede imaginar el lector ya he cumplido. Pero lo cierto es que aparte de esta chica tengo sobre mis espaldas muchos más, así es que si alguien quiere hacerse cargo de ella, sólo tiene que contactar conmigo y le doy sus datos, el dinero de este año, como ya he dicho, está pagado, pero habría que enviar 100 euros anuales.

Viendo yo que la comida era frugal y que la estaba pagando Mbusa, le dije a José Antonio que le diera 10 dólares a la cocinera, la cual se puso muy contenta ya que su salario era de 3 dólares al mes. Las cervezas, como ya he mencionado las pagábamos nosotros, al doble de lo que cuestan en Butembo, pues debido al estado de la carretera, los camiones no podían pasar y había que transportarlas en moto o en bicicleta. Las metíamos en la nevera del hospital, que estaba funcionando gracias a que nosotros pagábamos la gasolina del equipo electrógeno, con lo que tomábamos cerveza fresquita todos los días y aunque comiéramos poco, esto hacía que se mantuvieran en buen estado nuestras constantes vitales (homeostasia).

En estas tertulias hablamos de todo, incluso del Congo, les dije que consideraba muy importante para el desarrollo, que arreglaran las carreteras, ya que tal y como estaban impedían el comercio y la prosperidad de la zona, naturalmente estaban al corriente.

El administrador del hospital me explicaba los problemas económicos, y cómo no tenía para pagar a los allí presentes, el médico entre ellos. Lo contaba con mucha gracia, riéndose, y también muertos de risa los demás, como si estuviera contando un chiste.

No me resultaba sorprendente como los congoleses aceptaban su mala suerte, porque ya había estado otras veces. Cuando decía que había días que no tenían para comer, nos partíamos de la risa.

José Antonio, uno de los días, había estado visitando y grabando las iglesias locales, que hay de todas las religiones imaginables, a pesar de ser una población tan pequeña.

No dejó el administrador de puntualizar que la Iglesia Católica era la más lujosa y que esto era una contradicción con las enseñanzas de su maestro. Yo le respondí que a mí no me sorprendía y que en España también son las iglesias católicas las más lujosas, y si hay contradicción, que la iglesia tiene misterios y este sería uno más.

El cura católico había venido a verme y a preocuparse por mí el día de mi historieta con los soldados, me cayó muy bien, sumamente simpático, alababa el sacrificio que hace la gente dando, para la iglesia el poco dinero que tenían.

El administrador apuntilló más, ya que al no ser gratis la escuela, había muchos niños rondando por las calles, por no estar escolarizados, y se admiraba de que esos mismos padres sí tuvieran dinero para la Iglesia. De hecho, nosotros éramos la diversión de esos niños, más José Antonio que yo, ya que les hacía gracias y los perseguía diciéndoles “mzungu anakula watoto” que significa “el hombre blanco come niños” y se reían mucho con él.

El administrador decía que los padres que no escolarizaban a sus niños, pero sí daban dinero para las Iglesias, tampoco pagaban los tratamientos en el hospital por no tener dinero, que incluso había algunos que cuando se sentían mejor se escapaban durante la noche, a los que llamaba “los evadidos” y de ahí el estado catastrófico y de pobreza que presentaba el hospital.

Yo me acordé de que no tenían ni tan siquiera un aspirador quirúrgico, le respondí que no fuera tonto y que imitara a los curas y los amenazara con el infierno si no pagaban el hospital. Todos nos reímos mucho, pues ya llevábamos algunas cervezas encima, pero apuntilló aún más diciéndome que llegaban niños desnutridos y que los padres colaboraban con el poco dinero que tenían con las iglesias, en lugar de darles de comer y que esto era muy alabado por los curas, por el enorme sacrificio que les suponía y les prometía grandes honores en el cielo, y esos mismos padres cuando llegaba la hora de pagar el hospital por haber tratado la desnutrición de su hijo o enfermedades paralelas, decían que no tenían dinero, y era verdad que no tenían, ya que se lo habían dado al cura maticé yo, todos nos reíamos.

Me preguntaron si en España la gente daba dinero para costear sus respectivas Iglesias, fue un poco complicado para mi, explicarles que depende, pues la Iglesia Católica tiene una casilla en la declaración de la renta y otra para asuntos sociales y que si pones una x en la de la iglesia, el estado desvía dinero público para la Iglesia Católica y si la pones en la de asuntos sociales, pues también es para la Iglesia Católica, mediante las organizaciones sociales católicas, que reciben la mayor parte. Me preguntaron, claro está, que si hay casillas para otras iglesias y religiones, les repondí que nó. Esto les sorprendió sobremanera y me dijeron que ellos creían que España era un Estado democrático y todas las ideologias y religiones estaban en igualdad.

“Pero, si el Estado Español recauda tributos sólo para la religión católica es vasallo del Estado Vaticano” añadió, y no supe que responder. Les dije que en todo caso yo nunca marco ninguna casilla, ya que pienso que los asuntos sociales debe resolverlos el gobierno independientemente de que se marque una casilla o no, y la otra casilla aún menos porque la Iglesia Católica es una organización privada y debe ser costeada por sus miembros. Lo lógico es que no existiera ninguna casilla, pues además la de asuntos sociales sólo existe para justificar la otra.

En el hospital se hacinaban los pacientes en camastros y al igual que en Kalibu el diagnóstico se hacía “a ojo” o, todo lo más, “de oido”. Si el paciente tenía fiebre, siempre diagnosticábamos “malaria” y le dábamos quinina, que era lo más frecuente, y si lo que tenía era una neumonía, ¡pues quién le manda!, haber tenido malaria.

Uno de los días aprovechamos para ir al poblado pigmeo de Mabola que se encuentra en la profundidad de la jungla, lo pigmeos viven en un estado lamentable. Sudamos mucho pues la humedad relativa debía ser de alrededor de un 90 por ciento. Comprobé el estado bucal de los pigmeos y resultó ser también lamentable. En el poblado quedan muy pocos, por las durísimas condiciones de vida, alcanzando la tasa de mortalidad infantil el 70 %, sí, has leido bien y no hay error, lo diré más claro, 7 de cada 10 nacidos mueren a lo largo de la infancia, por distintas enfermedades.

Cuando alguien muere todo el poblado es abandonado y se van a buscar otro asentamiento. Cuando, al tiempo, dicen de volver el campamento, naturalmente, ya ha sido ocupado por los bantus, por lo que cada vez tienen menos terreno. Además,lo pigmeos no conocen sus derechos, lo que es aprovechado por bantus.

Decidí construir para ellos el que se ha llamado “microcentrifugador manual del Dr. Martinez”, un artilugio que inventé cuando estudiaba Medicina Tropical en Amberes y que sirve para diagnosticar las anemias y las parasitosis sanguíneas, que no describiré en está crónica, ya que es demasiado técnico y no es el lugar apropiado. Pero sí diré, que lo presenté, en su momento en un congreso en Amberes y fuí muy aplaudido y felicitado.

A los pocos días, en las noticias de la radio dijeron nuestros nombres, quiénes éramos y qué hacíamos en Kambau, cuando me enteré, me dio malaespina, pues nuestra seguridad dependía de que no se supiera dónde estábamos, y menos que éramos españoles, con la buena fama que tiene el gobierno de España de que siempre paga los secuestros.

Esa misma tarde llegó Elvis con la orden de Buthelezi de que abandonáramos el lugar y que al día siguiente nos quería en Butembo. Elvis informó a Buthelezi que José Antonio no quería irse, a lo que respondió que tanto si quería, como si no quería, al día siguiente nos esperaba en Butembo, que no nos despidiéramos de nadie y que saliéramos pitando.

Yo, ya me había percatado del peligro y se lo expliqué a José Antonio, pero no quería irse porque le faltaban imágenes para el documental. Como no hablaba francés, no era consciente del peligro. José Antonio, dijo que de ninguna manera se iba. Le argumenté que si los mai-mai decidían secuestrarnos, lo tenían muy fácil, pues estaban tan sólo a cuatro quilómetros de nosotros y bastaba con que viniera uno, pistola en mano, por la noche, a nuestra tienda y podía llevarnos donde quisiera, José Antonio decía que había puesto una navaja en el extremo de la tienda por si venían, cortaría la tienda por el otro lado y saldría corriendo y gritando, me recordó la rosa del “Principito” que quería defenderse con sus espinas.

A mí no me parecía una medida muy segura y le argumente que era un hombre sin compasión y sin caridad cristiana, que con todos los problemas que tenía el Gobierno español sólo faltaba que nosotros le diéramos mas dólores de cabeza a Zapatero con un secuestro.

Ante la rotundidad de estos argumentos José Antonio cedió, continué diciéndole que no solamente el Gobierno español, sino que además estaban dadas todas mis citas de febrero y si no llegaba con tiempo provocaría tal desaguisado en la consulta que si no me mataban los mai-mai, me matarían en la consulta, además que imaginé los titulares en los periódicos “dos imbéciles durmiendo en una tienda de campaña en la jungla son secuestrados en el Congo” nuestros amigos se partirían de risa y nuestros enemigos ni te cuento.

El caso es que siguiendo las instrucciones de Buthelezi, dejamos las tiendas de campaña esa noche donde estaban, pero dormimos en secreto dentro del hospital en una habitación habilitada con colchones. Como el lector habrá imaginado esa noche me la pasé en vela porque entre el miedo que tenía y los ronquidos de José Antonio, no podía dormir.

Por la mañana, recogimos las tiendas y salimos pitando en las motos, sin despedirnos de nadie a excepción de la gente del hospital. En el camino una de las motos se rompió, y como estaba atardeciendo, yo salí con la otra moto a buscar una moto-taxi pues no me atrevía a esperar a que llegara la noche, en la que, como es sabido, “todos los gatos son pardos”. Esa noche llegamos a Butembo.

En Butembo, entre la ciudad y aledaños viven aproximadamente un millón de habitantes, sorpréndase el lector, no tienen ni un solo dentista, hablé con Buthelezi y decidimos mi próxima misión , montar una consulta en Butembo.

Buthelezi nos invitó a su casa, dónde José Antonio les enseñó a cocinar la típica tortilla de patatas española, que apreciaron mucho, y ellos nos agasajaron con unas ratas asadas, que estaban buenísimas y que José Antonio apreció muchísimo. Les dejamos todo lo que llevábamos. Volvimos lijeros de equipaje, el ordenador lo habíamos usado para almacenar toda la información de imágenes, etc. José Antonio lo volcó en un disco duro portátil y lo regalamos para Preppyg, a nosotros nos lo había comprado nuevo el Dr. D. Fulgencio Martinez Tormo, anteriormente ya había colaborado con dos vacas para dos familias en Kenia, pero ese es otro cuento. El microscopio me lo habían regalado en el laboratorio de analisis clínicos de enfrente de mi consulta, mi amiga Susam nos había dado 500 euros para que los invirtieramos en educación, algunos miembros de Granada Laica que no mencionaré pues no se si les gusta, colaboraron con dinero también y otros muchos de distintas maneras que no menciono para no ser excesivamente prolijo. Después nos fuimos hacia Kampala (Uganda), Nairobi (Kenia), Madrid (España), y llegué a tiempo de ver a mis pacientes, así que colorín colorado...

“Que Dios vela por los pobres, tal vez si, y tal vez no, pero es seguro que almuerza en la mesa del patrón... Hay un asunto en la Tierra más importante que Dios, y es que naide escupa sangre pa’ que otro viva mejor” Preguntitas sobre Dios, Atahualpa Yupanqui, cantaautor Argentino).


Adendum: Cuando llegamos a Nairobi, ya de vuelta, fui a visitar a mi amigo Charles, profesor de matemáticas de la Universidad de Nairobi, que me pidió un favor, consistente en ayudar a una chica de nombre Mwai a Warukira, que tenía el expediente más brillante de la Universidad de Nairobi y que deseaba hacer un “master en matemáticas” pero por pertenecer a una familia muy pobre le era imposible pagárselo, el “master” cuesta 1.200 euros, es a partir de septiembre de este año. Le prometí que conseguiría el dinero de la manera que fuera, así es que los que deseen colaborar pueden ponerse en contacto conmigo y les envío el número de cuenta en Nairobi.